Me encanta verlo mientras se agacha tembloroso a recoger sus pantalones, tan indefenso, tan inseguro, tan patético… Él piensa que no me doy cuenta de lo que se cuece en su cabeza, de sus contradicciones, pero precisamente es eso lo que me hace volver a él una y otra vez. Sinceramente, el sexo no es el motivo, con el tiempo me he dado cuenta de que tengo un poder maravilloso, prácticamente, chasco los dedos y puedo estar con cualquier hombre, el que yo elija, pero Hugo es más que eso. No, no me malinterpretes, no estoy enamorada de él, ni mucho menos, ni siquiera lo deseo, pero me siento enganchada a esta sensación.
Verle luchar consigo mismo, adivinar como no puede resistirse, está indefenso, pierde el control, y en ese preciso momento, soy yo la que lo controla, como si fuera un muñeco, un simple títere en manos de Strómboli. Me encanta. Es como una droga.
Voy, me paseo delante de él, lo tiento, y cuando lo tengo, me dejo hacer como si no me importara, y es que realmente no me importa el sexo, lo único que quiero es desconcertarle, hacerle sentir pequeño, y todas, todas las veces lo consigo. Puedo ver como en ese momento, mil preguntas pasan por su cabeza, mil por qués, pero nunca puede encontrar una razón a mi comportamiento, ni una solución para el suyo.
Me acerco a él, despacio, hago ademán de decirle algo, pero simplemente le doy un par de palmadas en el hombro, dejándole plantado, sin saber cómo actuar. Cierro la puerta tras de mí y respiro el aire puro del exterior. Aunque todavía siento su tacto en mi cuerpo, la sensación ha desaparecido y ya la echo de menos. Pronto volveré a por más.