BIENVENIDOS


Me he decidido a escribir en este blog lo que me dé la gana, porque me da la gana y para que lo lean a los que les dé la gana. Según una de mis decenas de teorías, la gente que nos escucha (a los que padecemos de verborrea), lo hace, en la mayoría de los casos, por amor o por educación. Los primeros nos quieren y no nos quieren hacer ver que somos unos pedantes aburridos y a los segundos no les parece políticamente correcto mandarnos a la mierda, por lo que se quedan a hacer que escuchan. En ambos casos, ninguno está prestando atención, por lo que la necesidad de comunicación de todos los pensamientos que bullen en mi cabeza no se ve completada. Por este motivo he decidido escribir aquí lo que me dé la gana, entre otras cosas, mis teorías, comentarios sobre el último libro que he leído (o el que leí hace meses) o cualquier otra cosa que me apetezca, para que lo podáis leer aquellos que decidáis hacerlo, es decir, a los que os dé la gana.
Eso sí, que yo siga escribiendo en él, no depende de cuantos lectores tenga... sino de que me dé la gana hacerlo.
¡Un abrazo a todos!

jueves, 2 de febrero de 2012

YO TUVE UNO DE ESOS

- Yo tuve uno de esos- dijo Mariano con un hilo de voz, mientras con su mano temblorosa señalaba el cielo, donde un avión surcaba de blanco el azul impoluto.
- Pero… tú que vas a tener, hombre - contestó Andrés- Debe estar agonizando.
Con estas palabras se volvió hacia el hombre que esperaba tras él.
- Hombre- pollo. Haz el favor de sacar el móvil y llamar a una ambulancia, Mariano se nos va.
Andrés se agachó y recogió el cuerpo frágil y delgado de Mariano, llevándolo hacia el interior de su negocio. Lo metió en la trastienda y con toda la delicadeza de la que fue capaz lo tendió en su colchoneta.
Hacía tres años que lo conocía. Al principio, Mariano era sólo un pobre vagabundo que pasaba de vez en cuando y se llevaba lo que Andrés podía darle, a veces algo de pan duro, a veces yogures caducados, pero poco a poco trabaron amistad. Andrés no era un hombre que se dejara llevar por las primeras impresiones, y la fachada de Mariano no le echó para atrás a la hora de conocerlo, pues sabía perfectamente que detrás de sus harapos había una persona, con sentimientos, con ideas, y con razones. Por eso, la amistad entre los dos hombres fue haciéndose más fuerte con el paso de los meses, y cuando el frío invierno amenazó con presentarse, así de pronto, Andrés hizo un hueco en su trastienda, donde llevaba más de un año viviendo con sus hijas y su mujer, y plantó una colchoneta más para Mariano, no es que fuera un gran sitio, pero al menos no pasaría frío. Desde ese día, Andrés y su familia compartieron su "casa" y sus comidas con un nuevo miembro de su familia: Mariano.
Por su parte, Mariano, empezó a hacerse cargo de las niñas para que sus padres pudieran trabajar, e incluso las ayudaba a hacer los deberes, por lo que pronto empezaron a mejorar sus notas considerablemente.
Los días pasaban en la vida de Andrés con la tranquila solemnidad del que hace todo lo que puede por sobrevivir. Vivían en la trastienda del local, desde el momento en que el dinero sólo les dio para mantener una de las dos cosas: casa o negocio. Dado que lo que les daba de comer era el poco dinero que sacaban de su negocio, decidieron dejar la casa al banco y quedarse con la tienda el tiempo que pudieran.
Pero la casa no era lo único que no podían pagar, hubo muchos más recibos que fueron devueltos, muchas las cartas que se recibieron reclamando un dinero que no tenían primero, informando de su inclusión en algún fichero de morosos después. Andrés desechaba todas con un encogimiento de hombros: "¿Qué le voy a hacer? Cuando tenga dinero les pagaré y seguía viviendo, luchando cada día por poner buena cara y dar algo que comer a sus hijas. Pronto llegó el hombre-pollo. Sutilmente. No recordaba qué día, se dio la vuelta y allí estaba. Para no verle. Un señor con un traje de pollo amarillo y un maletín, vistiendo un dorsal rojo en el que se leía: "El pollo cobrador".
Al principio le molestaba ir a todos los sitios con ese señor detrás, pero con el tiempo se acostumbro. Se trataba de un chico joven, probablemente su primer trabajo, y tal y como estaba la cosa, Andrés entendía que, aunque el trabajo era una mierda, el chaval no podía rechazarlo.
El hombre- pollo le seguía por la calle, pero cuando entraba en su tienda él siempre se quedaba fuera. Así que un buen día Andrés le invitó a entrar para que se resguardara del frío, y poco a poco entablaron amistad. Así, Andrés, se enteró de que el hombre-pollo estaba casado y esperando su primer hijo. Había estudiado empresariales, pero este era el único trabajo que había conseguido, y ahora se veía obligado a seguir a la gente que debía dinero para abochornarlos y obligarlos así a pagar. Ambos sabían que eso no iba a ocurrir en este caso, así que se resignaron a la presencia del otro y hasta le cogieron el gustillo.
La ambulancia llegó y los ATS subieron a Mariano. Andrés cerró su tienda, se montó en el coche del hombre-pollo y juntos siguieron a la ambulancia, con el temor de quedarse sin su amigo anclado en sus corazones.
Llegaron al hospital y esperaron pacientemente durante más de tres horas a que el personal les informaran del estado de Mariano. Pasado este tiempo, el médico se les acercó para comunicarles que su amigo había fallecido. No habían podido hacer nada por él. Al parecer sufría un cáncer en estado avanzado y éste había impedido el correcto funcionamiento de sus pulmones.
Andrés pidió ver por última vez a Mariano, y un celador le acompaño hasta donde se encontraba su cuerpo. Cuando estuvo delante de él, Andrés no pudo reprimir las lágrimas.
- Mariano- le dijo- tú has sido lo más parecido a un abuelo que han tenido mis hijas. Gracias por haberme dejado conocerte. Te quiero.
Y con estas palabras lo besó en su fría frente, lo tapó con la sabana y salió cabizbajo de la habitación.
Pasaron los días y la rutina se instauro de nuevo en sus vidas. Andrés echaba mucho de menos a Mariano, sus charlas, sus consejos.
Un buen día dos señores trajeados entraron en su tienda.
- Buenos días- dijeron- ¿Es usted Don Andrés Fuertes López?
- Ese soy yo- dijo Andrés- Pero si vienen a buscar dinero, les digo de entrada que no tengo.
- No- contestó, sonriendo, el más mayor de los dos- No queremos dinero. Pero necesitamos que venga con nosotros.
Andrés y el hombre-pollo se miraron extrañados.
- Muy bien- contestó Andrés, saliendo de detrás del mostrador- Pero comprenderán que este señor tiene que acompañarnos.
Los dos señores guiaron, muy amablemente, a Andrés y al hombre-pollo hasta su oficina y les hicieron entrar en un despacho.
- Muy bien, Don Andrés- dijo, de nuevo el más mayor- le hemos hecho venir porque tenemos que tratar un tema muy delicado.
Andrés (y el hombre-pollo) les miraba con expectación.
- Nuestro representado- continuó el hombre- nos dio unas instrucciones muy precisas. Después de su muerte, deberíamos traerle aquí y darle esta carta- el hombre alargó el brazo y le tendió una carta a Andrés- Una vez la haya leído, hablaremos sobre el resto de la herencia.
Andrés volvió a mirar al hombre-pollo, quien a su vez, le miraba asombrado.
-Bien- consiguió articular Andrés- ¿Quién es su representado?
-Perdón- contestó el hombre- No le hemos dicho su nombre, tiene razón. Nuestro representado es el señor Don Mariano Quirino Flores.
Andrés y el hombre-pollo no salían de su asombro.
Andrés inspiró fuertemente y abrió el sobre que contenía la carta.
"Hola Manuel. Supongo que a estas alturas estaré muerto.
Te he escrito esta carta, porque quería que te enteraras por mí de lo que te van a contar ahora estos señores. Podría decirte muchas cosas, pero lo resumiré en una frase: Tener dinero hizo que perdiera todo lo que tuve cuando no lo tenía.
Hace muchos años, tantos que no sé cuantos, yo tenía una familia. Tenía éxito en el trabajo y ganaba mucho dinero, pero no tenía tiempo para disfrutarlo con mi mujer. Me pasaba el día fuera de casa y cuando llegaba estaba demasiado cansado para hacerle caso. Un buen día ella se fue, una enfermedad se la llevó y como no habíamos tenido hijos, me quedé solo. Entonces comprendí que todo el dinero que tenía no me servía para nada. Yo lo había ganado para ser feliz con ella, pero no nos dio tiempo, estaba demasiado ocupado. Así que lo dejé todo y me marché.
En tu casa he sido feliz. Aunque no tenias mucho dinero nos has dado lo mejor de ti a todos. En tu casa he sido padre, suegro, abuelo, amigo y muchas cosas que no fui capaz de conseguir por mí mismo. Por eso mismo quiero agradecerte todo, pero sobre todo tu presencia. Te quiero Andrés.
Todo lo que yo tenía ahora será tuyo, pero te pido que no cometas el mismo error que cometí yo. Sigue siendo como eres y sigue haciendo feliz a la gente que te rodea, porque ese es el verdadero regalo.
Un beso.
Mariano"